16 de febrero de 2010

Todo el movimiento se reduce a esto.

Todo el movimiento se reduce a esto. Someterse al asfalto o defenderse junto al emblema, y correr. Correr renunciando al objeto material que intenta representar todo un ideal. Porque el verdadero fin no es otro que ése. Y así, a pasos agigantados, pero sometidos, seguimos en lucha. Nos sigue seduciendo esa rebeldía incansable que aspira a la organización. La tristeza sigue anidando en nuestros ojos. La rabia contenida se expande, y aunque una revolución quizá fuera más bella sin odio, florece sin desdén al objetivo pero con odio al objeto que lo oprime; con excitación a lo que se aspira. Y cómo no odiarles, si nosotros, en alegoría, como una corriente arrastramos y quebramos de manera natural todo lo que en nuestro camino se nos cruza de forma aberrante. Somos denigrados y reducidos a un simple riachuelo débil; subyugados… mientras el cauce es el que oprime a esa corriente, y es honrada y protegida. Este juicio es falso.

Nosotros somos esa brizna incandescente, la combustión que deja avivar la imaginación, mientras el agua, con mayor fluidez desata con las armas necesarias su barbarie y nos devora como algo inútil (o peligroso, quién sabe). Somos las migajas del desaprensivo; y la gran porción de los asalariados.

Lucía. (17 años) Córdoba

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