No hubo muchedumbre que nos aplaudiera efusivamente, engalanados en fracs que ocultaban sus defectos. Nunca llenamos luminosos estadios con gentío apasionado que coreaba nuestros nombres. Jamás sentimos el calor de los flashes que parpadeaban, cual tic nervioso, para captar nuestra belleza de portada de revista. De ningún modo escupieron televisores nuestra imagen reiterada frente a familias que aplastaban los cojines de un sofá. No escribimos ese best seller agotado en librerías que nos convierte en el más culto de los regalos navideños. Para nada fuimos bronceados directores de importantes corporaciones multinacionales con ingresos millonarios colosales. Idealizamos nuestras vidas enlazadas a la gloria de ese éxito patético que nos vendieron cada día, y atemorizados con la idea de la mediocridad, aplastamos nuestro entorno con la insistencia del desesperado, y alentados por la mentira soñamos con la notoriedad. Y cuando el manotazo de la existencia nos hizo adquirir conciencia de nuestra situación, observamos compungidos que el engaño se mofaba de la vida. Agarrados a promesas que se hundían comenzamos a indagar en el naufragio de lo cotidiano, sobredosis de realidad que golpeaba a esos niños que construían ilusiones en la arena. Y cada lágrima una ola, que borraba la inscripción de nuestra playa. Ahora somos esos dedos triturados por la maquinaria de una fábrica, somos el ojo morado de esa niña que se enamoró del hombre equivocado. Nosotrxs: somos los flácidos huesos de esa desnutrición que conquista a la muerte, somos el rojizo sollozo que se esconde tras las puertas de un antiguo matadero. Somos la bala incrustada en el cerebro de alguien que pretendía triturar sus cadenas. Somos tu nombre y el mío. Finalmente la mediocridad aterrizó en nuestras mañanas, y cada día despertamos, arropados por el anonimato, rasgando esas máscaras que esconden nuestro aspecto. Que tiemble el éxito, pues el fracaso nos transforma en peligrosos y elegantes, y gracias a la ausencia del triunfo en nuestras vidas poseemos el tesoro del nada que perder. Ya estamos cansados de ser los muñecos rojos del semáforo, de ser esas tímidas miradas al pavimento: LA VIDA ES NUESTRA...
Anónimx.
2 de marzo de 2010
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